En las aguas del Pacífico mexicano, a unos 4.500 metros de profundidad, un grupo de investigadores de la UNAM y la Universidad de Kioto buscan cualquier indicio de movimiento de la brecha sísmica de Guerrero, un sitio de 110 kilómetros de largo que desde hace más de un siglo no registra un gran terremoto a pesar de estar situado en una zona de alta actividad sísmica en México. En un país donde se registran más de mil sismos de magnitud igual o superior a 3,5 cada año, este lugar reúne las miradas de expertos, todos con las mismas interrogantes: ¿Cuánta energía se ha acumulado en ese lugar y cuándo detonará?
Al estar en interacción con cinco placas tectónicas, México es un amplio laboratorio sismológico. Los terremotos no se distribuyen de manera equitativa en el país, un 80% de los sismos se registra a lo largo de las costas de los Estados del sureste mexicano: Guerrero, Oaxaca y Chiapas. Para los expertos, la brecha de Guerrero es un lugar anómalo en la medida en que no ha ocurrido un sismo significativo, mayor a 7, desde hace más de 110 años. Alrededor de la brecha, los equipos de medición han dado cuenta del epicentro de violentos terremotos como el del 19 de septiembre de 1985, con una magnitud de 8,1. La ruptura en aquel entonces, de solo 45 segundos en las costas de Michoacán, dejó un saldo de al menos 10.000 muertos y 50.000 heridos en el país.
Los modelos matemáticos de los especialistas apuntan a que la brecha supone una de las mayores amenazas para grandes áreas pobladas como el valle de México, donde se concentra la cuarta parte de la población del país, con unos 23 millones de habitantes. Sin embargo, el centro del país no es el único foco que tiene en vilo a los expertos en sismicidad y protección civil. El temor de un futuro gran terremoto se extiende a las principales ciudades costeras del Pacífico, desde Nayarit, pasando por Jalisco hasta las ciudades de Michoacán, Guerrero, Chiapas y Oaxaca. De acuerdo con los mapas de riesgos elaborados por las autoridades mexicanas, un 30% de la población nacional está expuesto a niveles altos o muy altos de peligrosidad sísmica.
El investigador del Instituto de Geofísica de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), Víctor Cruz Atienza está a la cabeza de uno de los proyectos más ambiciosos sobre terremotos en México. El punto de partida de esta colaboración está marcada en el calendario con la fecha del 11 de marzo de 2011. Ese día, un terremoto de magnitud 9 azotó las costas de la ciudad de Sendai, en Japón. “En ese contexto, un conjunto de colegas japoneses se acercó a nosotros, al Departamento de Sismología (de la UNAM), para discutir la posibilidad de llevar a cabo un estudio conjunto en México, donde muchos fenómenos sismológicos comunes aparecen en ambas zonas de subducción”, relata Cruz Atienza. Tras numerosas reuniones y con la garantía de contar con un presupuesto de cerca de los seis millones de dólares, la colaboración de investigadores mexicanos con expertos de la Universidad de Kyoto, en Japón, se convirtió en una realidad a finales de 2016.
El despliegue y mantenimiento de la primera red anfibia sismogeodésica de México y Centroamérica, les ha permitido comprender mejor las placas tectónicas en la brecha. Cruz Atienza explica que en los últmos lustros la brecha sísimica se ha ampliado hacia el sureste del Estado de Guerrero, abarcando, ahora, un total de 230 kilómetros. En el primer segmento, de unos 110 kilómetros de largo, localizado en la costa Grande de Guerrero, entre Acapulco y Papanoa, el último gran sismo ocurrió en 1911. “Pasa algo interesante en ese segmento por lo cual lo estamos estudiando. Parece ser que ahí los sismos lentos están liberando una parte considerable de la energía, de tal forma que su acumulación efectiva a largo plazo es más lenta, explicando así que hayan transcurrido 110 años sin una ruptura”, refiere el investigador.
La actividad de los sismos lentos en la parte más antigua de la brecha sísmica no excluye totalmente el riesgo de un próximo gran terremoto en ese lugar. Uno de los escenarios de los investigadores con base en las mediciones hechas durante los úlltimos cinco años es que un terremoto inicie justo en el segmento aledaño que va de Papanoa a Copala, en donde el último gran sismo ocurrió hace 64 años, y que la propagación de dicha ruptura genere una reacción en cadena en el resto de la brecha. “Lo que es más factible es que un terremoto comience al sureste de Acapulco, cerca de donde rompió el sismo del 1957, que derrumbó el Ángel de la Independencia, donde sí se está acumulando energía más rápidamente y que esa ruptura se propague dentro de la otra brecha, la que se extiende entre Acapulco y Papanoa, produciendo un terremoto mucho más grande. Ese escenario sí sería catastrófico, entre otros lugares, para la Ciudad de México, porque de romper así, hablaríamos de un sismo con magnitud probablemente superior a 8 en el segmento de la costa (del Pacífico) más cercano a la Ciudad de México“, afirma Cruz Atienza.
Tsunami: la otra gran amenaza
Frente a una ruptura tectónica de esa magnitud, ciudades costeras como Acapulco e Ixtapa Zihuatanejo podrían experimentar también tsunamis. Las estimaciones preliminares elaboradas por los investigadores de la Universidad de Kioto de un tsunami producido por un terremoto de magnitud 8 frente a las costas de Zihuatanejo apuntan a olas promedio de 5 metros y una evacuación de, al menos, 6.000 personas entre residentes y turistas en esa ciudad. En los últimos 288 años, más de 60 tsunamis han azotado el litoral del Pacífico mexicano según los datos de la Secretaría de Marina. Los tsunamis de origen lejano han registrado olas de 2,5 metros de altura y los de origen local han tenido olas de 5 metros en promedio y, excepcionalmente, hasta 10 metros de altura.