CIUDAD DE MÉXICO, abril 26 .- Sin embargo, para comerciantes de la zona, poco o nada ha cambiado con este supuesto regreso de los oficinistas, porque la pandemia del Covid-19 sólo modificó algunas costumbres, pues ahora los clientes usan cubrebocas y para ingresar a los edificios corporativos, además de exhibir la credencial de empleado, debe dejarse tomar la temperatura y tomar gel antibacterial
Además, la rutina en los alrededores del antiguo Hotel de la Ciudad de México, donde están cientos de edificios corporativos, despachos, oficinas de gobierno y comercios, sigue casi igual que a principios de año, cuando poco a poco la zona retomó su cotidianidad, luego de permanecer semi abandonada casi un año a consecuencia del coronavirus.
Desde las 7:00 horas, la estación Polyforum, del Metrobus, “ve” salir a cientos de oficinistas que arriban de diversos puntos de la ciudad y del Estado de México.
Ellos, con trajes a la moda, mochila al hombro o portafolio en mano, sin faltar el celular de última generación. Ellas perfumadas y maquilladas o haciendo esto en el último momento, zapatillas y botas, aunque rara vez se ve a alguna mujer con tenis y jeans para trabajar entre semana; eso es para los viernes de “casual day”.
Los más afortunados, los “seniors” llegan en sus vehículos, modelos recientes o con no más de dos años, visten trajes caros y reloj de pulsera de marca; los “importantes” tienen acceso a los estacionamientos de sus oficinas, los mortales tienen que dejar sus autos en la calle.
Aunque eso sí, sus lugares ya los tiene asegurados Don Cuco, el “viene viene”. A la mayoría los conoce de años, algunos de apenas unas semanas o meses, “pero ninguno nuevo, ¿qué va?, la mayoría son viejos conocidos”, comenta con tímida sonrisa el celoso y cumplidor vigilante callejero.
La vida antes de entrar a la oficina, comienza con el café y el desayuno banquetero, es casi fin de quincena, así que los tamaleros, los de canastitos de pan dulce con café, los taqueros y puestitos de fritangas, no se dan abasto para atender la demanda de los hambrientos oficinistas.
Porque la mayoría salen de madrugada de sus casas para llegar a tiempo, a veces con un café en la panza o un frugal desayuno, por lo que al llegar a la chamba, ya les volvió el apetito.
Aquellos que ganan más, abarrotan los restaurantitos y los cafés de moda, tienen para pagar 65 y hasta 80 pesos por un vaso caliente del “levantamuertos” –como le llaman al café–, pero los más inteligentes –o necesitados, según la óptica–, llevan sus termos que rellenan en las tiendas de conveniencia o de su casa, junto con su “lonche”.
Son las 8:00 horas y aún hay tiempo para hacer sobremesa en los cafés o en las barditas que sirven como bancas.
Las mujeres aprovechan para retocarse, cambiarse los tenis o las chanclas con las que viajan, por las impecables y limpias zapatillas que llevan en una de las múltiples bolsas que las acompañan, utensilios que parce no tener fondo, porque sirven de zapateras, porta lonches, guardarropa y de muchos otros tiliches.
La plática de hoy lunes, gira en torno a lo mismo: los milagros del fin de quincena, el dinero que no alcanza, las deudas del carro o del departamento, las reuniones familiares, las decepciones amorosas, los hijos, los tintes de pelo, los trajes nuevos, el estilo de zapatos, las corbatas caras, entre otros importantes temas.
Para las 8:45 horas, empieza el desfile para ingresar a su tormento, por lo que comienza el amontonadero que hay sobre la calle de Montecito, que por momento llega hasta Dakota; y algo similar ocurre en Filadelfia, por lo que las “bolitas” de empleados comienza a desperdigarse. La mayoría los elevadores del WTC, mientras sus vecinos parten hacía sus oficinas y edificios corporativos.
La entrada, salvo excepciones, es a las 9:00 horas, por lo que no quieren exponerse a ser reportados por llegar tarde, pues todos le tiran al bono mensual por puntualidad.
Cubrebocas, gel en la mano y hasta sanitizante hacen su trabajo antes de entrar a la oficina.
“Te voy a comentar algo Olga, lo único que me queda claro de esta pandemia, es que ya no tengo que comprar perfumes caros. Ahora todos olemos a cloro y alcohol”, dice la regordeta muchacha a su compañera de trabajo mientras avanza lentamente para entrar a su oficina del Word Trace Center.